Tropezón de Alejandro Amenábar


Ni siquiera cumple esta bitácora un año y ya la descuidé al por mayor. Gajes del oficio (no de éste, sino del de profe de español). Esta semana salió acá en devedé la más reciente película de Alejandro Amenábar: Ágora (2009). Antes de algunas líneas al respecto, reproduzco aquí un comentario que hiciera sobre su ópera prima, comentario escrito hace ya bastantes años.

Voyeurismo, snuff y otras anomalías
Por las estrategias mercantilistas de las casas distribuidoras un filme español que formó parte de la XXIX muestra internacional de cine fue colocado en las tiendas de video antes de hacerlo en las salas cinematográficas de La Laguna. Como si fuera una cinta snuff –género clandestino y criminal existente en los países del primer mundo por el cual se graba el asesinato de una persona para luego vender copias a los admiradores del marqués de Sade—, Tesis (1996) se limitó al formato VHS y a la pantalla chica.
En la ópera prima del director español Alejandro Amenábar, Ángela (Ana Torrent) es una estudiante de ciencias de la información en Madrid y, buscando ayuda para ese requisito que la mayoría de los universitarios odian, acude a Figueroa (Miguel Picazo), un maestro, para ayudarle a sacar imágenes sádicas de la videoteca ya que su investigación es sobre violencia en el entorno familiar. Tras la muerte de Figueroa al ver la cinta, Ángela y un desparpajado amante de los géneros fílmicos más satanizados, Chema (Fele Martínez), descubren que la película es de las llamadas snuff y, casi sin quererlo, se lanzan a encontrar al asesino. Conforme la protagonista recaba información, sus sospechas irán condenando a Bosco (Eduardo Noriega), el dueño de una cámara como la que se usó en el crimen; a Castro (Xavier Elorriaga), el sustituto de Figueroa; a Yolanda (Rosa Campillo), la novia celosa de Bosco, y al propio Chema.
Aunque esta Tesis, ganadora de siete premios Goya en su país natal, tenga varios antecedentes –los más cercanos en la perturbadora Matador de Pedro Almodóvar y los más lejanos, sin contar el cine negro hollywoodense, en Trauma de Michael Powell— eso no le quita novedad ni mucho menos méritos. Trauma (o Peeping Tom, por el nombre de aquel desobediente personaje relacionado ocularmente con lady Godiva) fue una película arruinadora de carreras para Powell y presentó a un asesino que se placía en grabar, no en video sino en súper ocho, el momento en que degollaba a sus víctimas. El Mark Lewis de Trauma fue, en 1960, uno de los primeros directores y actores en la ficción cinematográfica del ahora temido snuff. Pero él, en cambio, no ofrecía en el mercado negro homicidios de celuloide. Desde el comienzo de Tesis, su director exhibe el morbo de Ángela cuando ella baja del metro y se le advierte que no mire a las vías porque hay un hombre partido a la mitad. Más delante, cuando esté frente a la televisión prendida y a los gritos documentos de Vanessa (Olga Margallo), la involuntaria estrella del cruel video, los sentimientos dispares de repulsión y curiosidad terminan seduciéndola. Amenábar no confunde su oposición al cine comercial –“hay que darle al público lo que pide” y podría agregarse: “hasta cintas snuff”. El joven cineasta tampoco se vuelve parte de los criticados filmando escenas sanguinolentas para estremecer a la gente o sólo asquearla, como Almodóvar lo hizo en la primera escena de Matador. Al contrario, la angustia y el suspenso crecen conforme el festín de lo hemático, las tripas al aire y las torturas despiadadas se dejan a la imaginación. A diferencia de otros thrillers, Tesis no es predecible y aprovecha al máximo los recursos recurrentes (luces que se apagan, persecuciones, lluvia con relámpagos, etcétera) de las cintas de suspenso sin necesidad de presupuestos millonarios o cantidades exageradas. Este género sigue sin agotarse gracias a un puñado de producciones anuales. A pesar de su presencia en los videoclubs antes que en las salas de cine de la Laguna, Tesis no se quedó entre las películas feas.

Y a lo que sigue. Al tropezón de mayúsculas proporciones. Aunque tal vez no tanto si contamos a la gente que lo presenció. Alejandro Amenábar llevaba ya en su haber al menos cuatro créditos bastante loables: la citada Tesis, Abre los ojos (1997), Los otros (2001) y Mar adentro (2004). Después, durante varios años, se obsesionó con la astronomía y la filosofía. En específico, las de las postrimerías del imperio romano. Se interesó en especial en Hipatia, filósofa y astrónoma, habitante de Alejandría en dicha época. Mi pregunta es: ¿se puede realizar una historia sobre filosofía y astronomía durante el imperio romano que al mismo tiempo de relevante resulte divertida? Quizás sí. Desde mi punto de vista Amenábar, sin embargo, no lo logró. Tal vez no se pueda. Quién sabe. Cuando se trata de filmar una cinta histórica sobre los romanos o los griegos la línea del ridículo (con tantas pelucas de caireles, falditas romanas, armaduras brillantes y espadas de juguete) a veces se hace invisible. Todo se va al traste si no se tiene un reparto de actores lo suficientemente capaces para convencernos y hacernos obviar lo ridículo de la situación. Actores que logren persuadirnos, conmovernos. Rachel Weisz, quien interpreta a Hipatia, es bastante solvente. Eso no cabe duda. No así quienes la acompañan: una bola de novatos que van desde la sobreactuación hasta el pasmo perpetuo. Difícil sacar el trabajo adelante si la actriz principal se ve rodeada de monigotes poco experimentados en el histrionismo. O que son simples entes decorativos. Y mejor ni hablemos de los acentos. Algunos británicos, otros por completo indescifrables en su origen.
Así, con tal vez el mayor presupuesto que haya detentado en su carrera, Alejandro Amenábar se dio a la tarea de filmar esta historia ubicada en Egipto bajo el imperio romano, a finales del siglo IV. Hipatia, a pesar de ser mujer, enseña astronomía y filosofía en tiempos turbulentos. Hay constantes peleas de poder entre los paganos, los cristianos y los judíos de Alejandría. Hipatia vive dedicada a resolver el misterio de los astros: ¿la Tierra es plana o redonda?, ¿es el centro del universo o gira alrededor del sol?, ¿por qué el sol parece alejarse en ciertas épocas del año y en otras acercarse? Un joven esclavo llamado Davus (un pésimo Max Minghella) y un discípulo (un tal Oscar Isaac que tampoco se queda atrás) la desean. Ya sabemos que -en estos tiempos de intolerancia religiosa y persecución de toda mujer que busque el conocimiento- la historia de Hipatia terminará mal. Muy mal.
Para colmo ahí estarán las hordas de paganos, judíos y sobre todo cristianos dándose de palos o de pedradas unos a otros como niñitos de secundarias rivales. Sabemos que eran tiempos de intolerancia. Pero parecería que el tema se trata de forma más bien epidérmica. Y ante la bandera que intenta blandir la trama, resulta incluso más absurdo que esta inocua película haya provocado quejas de los pocos cristianos que la vieron por la "mala imagen" a una religión que por lo visto y según los quejosos no se ha transformado en siglos. Son ellos los que quedan en ridículo y no los sicarios pandrosos y violentos del filme. Y, volviendo al tema, ahí están (desligados por completo de las supuestas historias de amor que se hilan a su alrededor sin saberlo) los momentos de epifanía en que Hipatia -de la forma más banal del mundo- descubre que la Tierra gira alrededor del sol y no de forma circular sino elíptica. Ni siquiera a la famosa destrucción de la biblioteca de Alejandría se le da la dimensión de proporciones épicas que merece. Tanto así que ésta habría podido ser una película para la televisión. Habrá ganado quién sabe cuántos Goyas en España; pero lo cierto es que fuera de ahí (y eso que la película está hablada en inglés) el paso de Ágora tanto en la taquilla como en la crítica especializada fue bastante gris. Quizás un gran presupuesto le terminó haciendo daño a Amenábar. Tal vez algunas obsesiones no deberían ser filmadas.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=dYgwR7QCBZc

Nota del 19 de noviembre: Por el programa de radio de los británicos Simon Mayo y Mark Kermode -cuyo enlace dejo aquí- me acuerdo de que la gran Trauma (Peeping Tom, 1960) de Michael Powell cumple este año su onomástico número cincuenta y al menos en Inglaterra regresa a las salas de cine. Seguramente en el futuro saldrá alguna edición especial en devedé. Yo ya tengo la de Criterion. En este avance de la cinta se podrá ver que es una obra ideal para los voyeurs a los que nos gusta el cine:
http://www.youtube.com/watch?v=LAZZmclLdo8