La pesadilla de la visibilidad (1 de 2)


Pues en unas horas me salió la siguiente reseña sobre El cisne negro de Darren Aronofsky. En mi opinión una película interesante, aunque dispersa e irregular, con momentos muy buenos (incluso geniales) y otros de risa loca. Por lo que se ve, será de las consentidas del Óscar. Así de flojo ha estado este año el cine hollywoodense. El texto a continuación:

Todo empieza con el sueño de una mujer. Estar sobre el escenario y representar un ballet tan icónico como “El lago de los cisnes” debería colmarla de una insondable sensación de éxtasis y, sin embargo, todo se arruina al sentirse perseguida por una presencia alada, oscura y amenazante. Esto ya no es sueño sino pesadilla. Y es que la persecución —no importa que la persecución resulte verdadera o imaginaria— es una constante a lo largo de El cisne negro (Black Swan, 2010), quinto largometraje del cineasta neoyorquino Darren Aronofsky, el mismo de Pi (1998), Réquiem por un sueño (2000), La fuente de la vida (2006) y El luchador (2008). Y al igual que la persecución también son constantes los ojos que siempre están observando a Nina Sayers (Natalie Portman). Y, en muchos sentidos, porque se siente observada y porque desea el aplauso y la aprobación de quienes la observan, Nina está esperanzada en alcanzar la perfección en su arte, en el dificultoso mundo del ballet. Todos los actos de su vida van dirigidos a esa meta. Es lógico tratándose de una bailarina entrenada desde la infancia. Y la primera persona que la ha observado con obsesiva ternura desde entonces es Erica (Barbara Hershey), la madre. Casualmente otra bailarina aunque ésta haya tenido que retirarse. Esa presión sonriente, la de la madre que vive a través del éxito de la hija, no puede ser ignorada. Erica mantiene a su hija en una habitación rosada donde abundan los peluches y los juguetes, la mantiene suspendida en la niñez exenta de toda pulsión sexual. A Nina la persigue la cámara de Aronofsky tanto como su madre. La cámara quisiera estar dentro de su mente. Pero es imposible. Aunque el director lo intente. Quién sabe si Aronofsky salga airoso del atrevimiento de intentar reproducir en imágenes el declive mental de una joven paranoica y al borde de la locura, quizás porque la locura es lo más difícil de retratar en el cine. Fijada en su nuca, la cámara sigue a Nina mientras cruza la explanada hacia el gran teatro de Nueva York que alberga a la compañía de ballet para la cual trabaja. Los ojos fríos y congelados que la observan desde un cartel gigantesco son los de la ya veterana prima ballerina Beth Macintyre (Winona Ryder en un papel pequeño pero contundente tras su muy personal escándalo cleptómano de hace ya varios años). Aquí, mientras se detiene frente al cartel de una soberbia Beth, Nina le da un aire a cierta Eve Harrington (sí, la clásica admiradora roba-carreras de All About Eve o La malvada en México) aunque quizás menos hipócrita y suplicante. Thomas Leroy (Vincent Cassel) es el director de la compañía, así como cliché de todos los hombres franceses nunca avergonzados de su pronunciado acento, su energía sexual, su descaro; esa caricatura siempre lista para seducir a las jóvenes bailarinas. Quizás Beth, tan próxima como renuente al retiro, haya sido la primera de todas. Por algo Leroy la llama su “pequeña princesa”. Nina quiere figurar, ser la prima ballerina, ser la escogida del director, ser la consentida del profesor, protagonizar así en un doble papel la versión de “El lago de los cisnes” de Leroy. Pero la muchacha es toda dulzura, pureza, vulnerabilidad. Una frágil muñeca, una porcelana en miniatura de cajita musical. Sí, perfecta para el rol del cisne blanco. En cambio, el cisne negro es la seducción, el instinto, la crueldad, el engaño. Leroy le exige a Nina proyectar todo eso. Pero Lily (Mila Kunis, la chica boba de la serie That 70’s Show y la voz de Meg en Padre de familia ahora en su primer rol cinematográfico importante) entra a la mitad de la audición haciendo ruido y la distrae. Nina pierde la concentración y fracasa. Irá de regreso a los brazos de Mamá con lágrimas en los ojos. Una entrevista que termina con beso mordelón en la oficina de Leroy cambiará eso. Aquel mordisco a los labios de su maestro a lo mejor encierra la energía requerida para interpretar al cisne negro. Leroy duda y le concede el papel doble que fracturará la cordura de Nina.
Por alguna razón Aronofsky decide abarcar con su quinto largometraje un variado catálogo de tópicos: la dominación materna, la perfección dentro del arte, la reprimida pulsión sexual, el descenso hacia la más profunda locura, el cruel mundo del ballet y en especial la búsqueda del lado oscuro. Ahí es donde El cisne negro entra en los terrenos del lugar común, en las manidas clasificaciones del “ello” y el “súper-yo” freudianos, de la enésima ocasión en que se recrea la bipolaridad al estilo "doctor Jekyll y señor Hyde". Siendo Nina Sayers la típica figura encima del pastel rosado, tendrá que bucear —bajo la presión de su maestro— en los sentimientos más reprimidos para de alguna forma liberar su instinto. Esa transformación de su mente se encarnará en una laceración de la piel de su espalda, otro signo del lado oscuro que su madre intenta mutilar al recortarle las uñas. Nina encuentra a su gemela liberada en Lily, la bailarina de San Francisco, la que liga, fuma, bebe y se desvela, la tatuada, la artista que no es perfecta —como le dice Leroy— en su técnica; pero que exuda sensualidad. Así como Nina entró admirada al camerino de Beth como alguna vez lo hiciera Eve Harrington al de Margo Channing, así como la joven anhela muy dentro de sí desbancar a la veterana, la protagonista pronto creerá que el único objetivo de Lily es sustituirla. Será su rival. Nina caerá pronto en un sentimiento ambiguo donde se debate entre la desconfianza y la sorpresiva atracción hacia el cuerpo de Lily. Luego será su amante. Por esta variedad de temas, donde vemos que incluso la ambigüedad sexual se roza, la quinta obra de Aronofsky se convierte en una película dispersa, de explosión no controlada donde no parece haber un punto de enfoque ni contención, donde el oriundo de Brooklyn parece querer golpearle a la piñata en todas direcciones para ver si así le atina y se le presenta la cascada de dulces. En momentos El cisne negro recuerda a The Red Shoes (1948) de Michael Powell, en otros a la citada All About Eve (1950), en otros incluso a Mulholland Drive (2001) de David Lynch. Aunque incluya secuencias de verdadera maestría y que escapan a cualquier clasificación, escenas que me hacen pensar como espectador que estoy ante un genio del cine, existen por desgracia otras donde el humor involuntario no puede negarse: pinturas gritonas y parlantes al estilo de Munch, iris de color rojo, sustos que no son sustos. Y a pesar de que dichas escenas formen parte del retrato de la locura no dejan de estar hechas, en mi opinión, con muy poco tino. Eso sin contar los continuos engaños a los que las cintas sobre la locura nos tienen acostumbrados. Ése es el gran peligro de llevarla al cine. Cuando el demente imagina una serie de acontecimientos (una herida, una relación sexual, una aparición, un perseguidor) y al público se le persuade de que eso (tan terrible, tan emocionante, tan conmovedor, tan erótico) es la realidad, al mostrarse luego como mero delirio la decepción puede ser tan fuerte que el público opte por desconectarse a medias o por completo de lo desplegado en pantalla. Por otro lado, sí, hay que reconocerlo, está la excelente actuación de Natalie Portman. Si un personaje estaba hecho a la medida de la menuda actriz estadounidense ése era el de Nina. No conforme éste es de esos roles que vuelven chiflado al queridísimo Óscar: un personaje que requiere un trabajo físico exhaustivo, una dieta para bajar quién sabe cuántos kilos y escenas eróticas con hombres o con mujeres. Sobre todo, un personaje que se sumerge en el subsuelo más horripilante de la conciencia. Además de ser nominada Natalie Portman a mejor actriz para el Globo de Oro, El cisne negro ha sido también mencionada en las categorías de actriz de reparto (Kunis), dirección y película dramática.
La conclusión de El cisne negro —donde las miradas de los otros (las de nosotros los espectadores y las de ellos, los espectadores ficticios de “El lago de los cisnes”) cuentan tanto como las de los personajes alrededor de Nina— no será muy diferente a la de El luchador. Tampoco a la delirante de Réquiem por un sueño. Ahí la artista recipiente de los codiciados aplausos estará a disposición de su público para el sacrificio final. Nina, inmersa ya en el delirio más pronunciado, hará hasta lo imposible y pasará por encima de quien se le ponga enfrente para presentarse en el teatro el día en que se estrene su muy particular “Lago de los cisnes”. Incluso encima de quienes piensa son sus perseguidores. Sin embargo, a Nina la perfección podría costarle la vida. Ésta sin duda es la pesadilla de la visibilidad. Ser vista para ser consumida en el fuego del sacrificio. Para terminar, la más reciente cinta de Darren Aronofsky tiene como fecha tentativa de estreno en territorio mexicano el 11 de febrero.

El cisne negro (Black Swan, 2010). Dirigida por Darren Aronofsky. Producida por Scott Franklin, Mike Medavoy, Arnold Messer y Brian Oliver. Protagonizada por Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis y Barbara Hershey.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=5jaI1XOB-bs

Nota del 26 de enero: Qué casualidad. Nomás se anuncian las nominaciones a ese premio sobrevalorado y de inmediato se adelantan las fechas de estreno de las nominadas. El cisne negro se estrena el viernes 28 de enero en territorio mexicano.