Palimpsesto de Woody Allen


Cada creador guarda dentro de sí un cúmulo insondable de referencias artísticas, algunas consentidas, cercanas a lo más sensible de su espíritu. Otras, apenas útiles. Algunas más, perdidas en la memoria y de repente, sin haberlo previsto, recuperadas. Hacia el final de mis estudios de maestría estaba particularmente interesado en este tema que la crítica literaria ha bautizado, no sin cierta actitud pomposa, como “intertextualidad”. Tanto así que a los años de haber finalizado mis estudios me salió un libro de relatos cuya unidad era dicho tema. No resultó nada novedoso. Desde mucho antes, los autores han tomado prestados personajes de la historia, del cine, de la pintura o de la literatura para jugar con ellos dentro de sus creaciones ensamblando a veces parodias; otras, meros homenajes. En ocasiones, híbridos ambivalentes. Como ejemplo, por citar un texto estudiado en la maestría, ahí están los cuentos de Mujica Láinez en Un novelista en el Museo del Prado. Apenas un referente de nuestra literatura entre miríadas. Preludio de esta manera porque el estadounidense Woody Allen hace un experimento similar en su más reciente película, titulada Medianoche en París (Midnight in Paris, 2011).
Acudí a la sala de cine con mucho escepticismo. No sólo por su crédito anterior (Conocerás al hombre de tus sueños) que me dejó un poco insatisfecho sino que también a causa de lo que había visto en el avance de Medianoche en París. Así que entré a ver la película con la impresión de que se trataba de la enésima comedia romántica del realizador, con aburguesamiento intelectualoide e intercambio de pareja incluidos. Aunque esta vez con París como escenario. Ya estaba yo poniendo los ojos en blanco cuando miré las irritantes postales preciosistas de París muy a la manera de lo hecho con la capital catalana en Vicky Cristina Barcelona. Con estas estampas Allen inicia el largometraje. Pero me equivoqué. Rotundamente. Y qué bueno que el avance no le anuncia al espectador el verdadero meollo de Medianoche en París; mucho más interesante, divertido y al mismo tiempo conmovedor que ese tipo de comedia al que ya nos tiene más que acostumbrados el cineasta.
Medianoche en París nos presenta a unos novios a punto de casarse. Gil (Owen Wilson) es un guionista de Hollywood de cierto éxito que acaricia el proyecto de por primera vez escribir literatura de verdad. Está en París con su prometida Inez (Rachel McAdams) porque aprovecharon un viaje de negocios del padre de ésta para visitar la ciudad luz. Ahí también anda prejuiciosa y criticona su futura suegra. Para Gil, sin embargo, París es el sitio ideal para desarrollar su carrera como escritor serio. No así para Inez que prefiere, después de la boda, seguir viviendo en California. Pronto coinciden con otra pareja (previsible a más no poder en una película de Allen) e Inez se deja impresionar por la tan fútil como mamona erudición de Paul (Michael Sheen), un catedrático invitado a dar una conferencia en la Sorbona. En sus visitas a museos hay una fugaz aparición de Carla Bruni como guía turística (participación de la modelo y cantante que causara olas de cobertura mediática y que en sí no tiene mucha trascendencia para el filme). Una noche en que Gil ya está harto de la presuntuosa voz de Paul les anuncia a Inez y a la otra pareja que las copas se le han subido a la cabeza y, por eso, prefiere regresar temprano al hotel, andar un poco por la ciudad. Caminando en soledad por las calles de la urbe-fetiche, a Gil —como Cenicienta a la medianoche, pero al revés en un aspecto primordial— se le concede el sueño nostálgico de vivir en el París de los años veinte. Ya antes, como antecedente y gracias a que Inez hizo un poco burla de la nostalgia de Gil por una época que nunca vivió, Paul hablaba del mito de la Edad de Oro. Para Gil, el mito se vuelve entonces realidad. Para Allen, en cierta forma, también. Porque éste, me atrevo a decirlo, es su mejor trabajo desde Match Point (2005).
De aquí en adelante Gil compartirá salones, mesa, cafés y diálogos con algunos de los artistas más admirados de su bagaje cultural: Fitzgerald, Hemingway, T.S. Eliot, Cole Porter, Joséphine Baker, Picasso, Buñuel, Dalí, entre algunos otros. A partir del maravilloso momento Gil se escapará a un mundo alterno de fantasía para convivir con todos estos personajes, pedirle ni más ni menos que a Gertrude Stein que lea su novela inconclusa y de paso enamorarse de una ex amante de Picasso, Adriana (Marion Cotillard). Paralelamente su relación con Inez se irá deteriorando. Las diferencias que los alejan se volverán cada vez más patentes e inevitables. Sin embargo, tal deterioro en realidad no es por entero relevante ante el ejercicio juguetón e intertextual de Woody Allen, ese entretenimiento pueril sí, aunque no por ello falto de interés ni mucho menos de convicción. En este palimpsesto fílmico de impecable hechura se pueden leer los trazos de un saber enciclopédico que toca la pintura, el cine, la música y, por supuesto, el cine. A tanto atrevimiento llega el realizador estadounidense que en un pasaje que dura apenas unos segundos le atribuye a Gil la idea original de El ángel exterminador de Buñuel quien, como muchos de sus espectadores después, se pregunta cuál es el motivo de que un grupo de invitados a una fiesta de alta sociedad no puedan salir de su encierro si nada se los impide. Hacia el final, para romper la burbuja en la que se ve sumergido Gil, se le conduce al espectador a un nivel más profundo del sueño mágico. Hay peligro en la falsa nostalgia, en la fantasía de la Edad de Oro: el de permanecer suspendido en ella. Adriana está insatisfecha con un entorno tan banal como el de los veinte. Ella habría preferido nacer en la Belle Époque. Y, como le sucediera a Gil antes, se le aparece a mitad de la noche una carroza que la llevará hasta su destino deseado retrocediendo en el tiempo. Es entonces cuando el protagonista comprende que cada quien alberga idealizaciones diferentes de otras épocas. Y que cada quien se quede con la suya. Y la burbuja se rompe para devolverlo a la realidad.
Si Gil a Gertrude Stein le pide que lea su novela cuya temática es fiel reflejo de la falsa nostalgia que vemos en pantalla —falsa sí aunque no por ello despreciable— y al final la osadía le sale bastante bien, lo mismo podría decirse de Allen. Medianoche en París se ha convertido en su cinta más taquillera y eso, para romper con el lugar común, no es proporcionalmente inverso a la calidad. Esta vez, de entre la innumerable cantidad de largometrajes que realiza, el eterno amante de Nueva York le atinó y muy bien. De acuerdo con los mercaderes de la distribución, luego de su paso por el festival de Cannes en mayo, Medianoche en París se estrena en México DF el próximo 5 de agosto.

Medianoche en París (Midnight in Paris, 2011). Dirigida por Woody Allen. Producida por Letty Aronson, Jaume Roures y Stephen Tenenbaum. Protagonizada por Owen Wilson, Rachel McAdams y Marion Cotillard.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=BYRWfS2s2v4