Vergüenza del ruido alrededor de Shame


En algún momento de la ceremonia anual durante la cual se entregan los premios más sobrevalorados al cine en Hollywood el igualmente sobrevalorado actor George Clooney hizo un chiste haciendo referencia al pene de Michael Fassbender. Curioso resulta que dicha celebridad se haya obsesionado con el tamaño del miembro viril de su colega como para caricaturizarlo en plena ceremonia diciendo que podía jugar al golf con él. Fuera de chascarrillos freudianos y reveladores, es una lástima que de la cinta del británico Steve McQueen Shame (2011) se haya hablado mucho más por su clasificación en Estados Unidos (la temida NC-17 vista por muchos como veneno para alejar al público) y sobre todo por el ya famosísimo desnudo de su actor principal. En eso se refleja la inmadurez y el puritanismo de los Estados Unidos. Importa más un falo (o su tamaño) que lo genial y estrujante que resulte la película en cuestión. En muchos sentidos y ya dejando tales niñerías de lado, Shame me recordó la desgarradora experiencia de mirar hace algunos años La pianista (2001) de Michael Haneke, de presenciar el declive oculto y preponderantemente sexual de personajes inmersos en una sociedad alienante y fría donde la comunicación y el contacto entre humanos se torna imposible. En muchos sentidos, siento que Shame de Steve McQueen es la versión masculina de La pianista.
De igual manera es una lástima que al público mexicano se le sigan encasquetando títulos que lo subestimen y que perpetúen estereotipos también puritanos de melodrama y culpa que tanto hemos padecido a causa de nuestra educación sentimental de crucifijos, Toritos y telenovelas. Dichos títulos se otorgan —no es difícil de adivinar— únicamente con el deseo de “vender” la película al mayor número de personas posibles. En ningún momento respetan la voluntad del director de darle nombre a su obra de una manera muy diferente a la debida a tales caprichos mercadotécnicos. Qué inútil resulta entonces ese subtítulo de Deseos culpables en nuestro país siendo posible traducir el título original a Vergüenza, por ejemplo. Vocablos no nos faltan en la lengua materna.
Shame, del cineasta nacido en Inglaterra Steve McQueen (no confundir con su homónimo gringo de la tan desastrosa como moralista Infierno en la torre), abre el plano con la imagen de un hombre (Fassbender) tendido sobre una cama. Su delgado cuerpo cubre casi por completo el rectángulo que lo encuadra sobre la pantalla del cine. La desnudez de este hombre se halla apenas mitigada con las sábanas verde-grises de su cama. Y es que el lecho de este hombre que se fija con persistencia hacia la nada (¿nosotros?, ¿el techo?) con una mirada perdida y todo lo que dicho tálamo simbolizan se convertirán en el patético pantano donde la vergüenza de sus hábitos ocultos lo hundirán en el abismo de la degradación.
Un poco más tarde —sí, ya se sabe: tras desnudo frontal y meada en tiempo real— veremos dentro del trasporte público a ese mismo hombre vestido hasta el cuello. Lleva bufanda y abrigo en este Nueva York invernal. En la presente y genial escena dentro del metro se le da circularidad a la cinta. Del espectador dependerá intuir si realmente el periplo de ignominia y dolor ha impactado de alguna forma la conducta enajenante y autodestructiva del hombre. Pero en este segundo inicio de Shame él se hallará intercambiando sonrisas y miradas de deseo al otro lado del vagón con una hermosa mujer pelirroja cuyo anillo de compromiso o de matrimonio (perdonen si no estoy al tanto de tecnicismos) resulta evidente. La paloma, sin embargo, se le escapará de los dedos fuera del vagón y subiendo las escaleras. Qué agilidad posee McQueen para transmitir tensión en este montaje. Así como sabe alternar planos, de igual manera se atreverá a mantenerlos hasta el hartazgo. De eso hablo un poco más adelante.
En Shame, Brandon Sullivan —este lascivo protagonista— aparenta llevar una vida ideal de acuerdo a los estándares impuestos desde la hegemonía de los países desarrollados y, especialmente, de los Estados Unidos. Brandon tiene un departamento en Nueva York, un trabajo bien pagado que desempeña con preciso desgano en un alto rascacielos y, sobre todo, posee la oportunidad (por ciudad y trabajo) de encontrarse con un sinnúmero de mujeres bellísimas. Y, empero, lo vemos desde un inicio de la película contratar prostitutas. Y, sin embargo, Brandon es un adicto sexual, ya sea a causa o como consecuencia de su aislamiento en la devoradora y no devorada gran manzana. Todo su día gira en torno al sexo y a satisfacer el instinto desbocado. En su trabajo tiene la computadora a tope, repleta de pornografía. A cada rato escapa al baño para masturbarse. Ni se diga en casa donde las nuevas tecnologías y la red mundial le facilitan a este yuppie las citas con mujeres desconocidas o, incluso, a través de una web cam, los desfogues tanto de voyeur como de onanista. No parece existir poder humano o divino que lo detenga. Ni siquiera aquel mensaje en su contestadora de una mujer que no será precisamente una de sus amantes despechadas. Contesta, Brandon, le dice. Él la ignora.
La blancura del departamento de Brandon reduce al mínimo el pasado del hombre que lo habita. No hay por ninguna parte en ese decorado minimalista y casi vacío la menor pista de una familia ni de un origen. Ni fotografías ni recuerdos. Como si al llegar a Nueva York Brandon se hubiera construido una personalidad a partir del aire. Brandon es el new brave macho incapaz de mantener una relación más allá de cuatro meses, como él mismo le confiesa a una compañera de trabajo. Cuando decida en algún momento de la trama encaminar su conducta hacia los linderos de la normalidad (o quizás me atrevería a decir de la humanidad) buscando una cita con esa colega de la oficina se verá de forma continua cuestionado. Marianne es una mujer negra que ya antes estuvo casada. Su pregunta más persistente en el lujoso restaurante donde se encontrará con Brandon es por qué él nunca ha mantenido una relación duradera. Con el cinismo tan característico de estos tiempos le responde que no es su intención atarse a una persona por el resto de sus días. Síntoma de su insatisfacción será la impotencia ante Marianne (en una escapada sorpresiva a mitad del día de trabajo), erección frustrada ante una mujer que podría representar el compromiso o, en cualquier caso, el contacto emocional con otro ser humano. Pero horas más tarde, tras el fiasco y la burla no evidente, igual de sintomática será la penetración anal y exhibicionista con una prostituta en el mismo cuarto de hotel.
Desde antes el equilibrio entre el éxito aparente y el hambre sexual tan infinita como insaciable se romperá con el arribo sin anuncio de Sissy (Carey Mulligan), la hermana menor y emocionalmente frágil de Brandon. Simplón resulta concluir que Sissy representa el pasado del cual Brandon quisiera huir. No es sólo eso. Para argumentar a favor de lo anterior me desvío un poco: McQueen y Fassbender ya habían colaborado con anterioridad en Hunger (2008), primer largometraje de aquél. Para quien la vio no resulta sorprendente la elogiable y armónica nota que representa Shame. Desde su ópera prima se estableció el estilo del director. Recuerdo bien la escena de Hunger en donde Bobby Sands, el personaje interpretado también por Fassbender, dialoga con un sacerdote católico en la prisión. En ningún momento hay un corte en esta escena que rebasa los dieciséis minutos. Por su longitud, hay una réplica de dicha secuencia en Shame. Ahí Brandon y su jefe van al restaurante en el que esa noche canta Sissy. Carey Mulligan —joven y ya destacada actriz en la carne de esta hermana en problemas— hace una melancólica interpretación de “New York, New York” que el director se empecina en prolongar. ¿Por qué? Intuyo que para mostrarnos la reacción de Brandon ante el canto de su hermana. Es esa lágrima, esa conexión con su hermana (con otro ser humano), lo que este hombre se niega a aceptar. La ira de Brandon al encontrar a Sissy desnuda en la regadera tras no responder a sus llamadas, la cólera al verse expulsado de su habitación pues ella está haciendo ruidosamente el amor con el jefe y, aún peor, la rabia al descubrir ella en su computadora las web cams pornográficas tras haberlo sorprendido masturbándose en el baño; todo eso hace todavía más evidente la reticencia a establecer el lazo de unión con Sissy (o, para el caso, con cualquier otra persona). Como consecuencia y ante la constante intrusión de su hermana, Brandon se entregará a una noche bravucona y orgiástica donde todos los límites se dinamitarán con tal de perderse en el espasmo del clímax. La culminación vendrá con una secuencia causi-pornográfica donde destaca el degarrador contraste entre la músical celestial y la agonía dantesca reflejada en el rostro de Brandon como si éste fuese un condenado en uno de los círculos del infierno. Entonces ya no habrá vuelta atrás para él. Ni para su hermana.
Podría presumirse que Shame es el vehículo exclusivo de una interpretación, la de Michael Fassbender. A diferencia de, por ejemplo, La dama de hierro con Meryl Streep, aquí se aprecia la mano de un director inteligente que, a pesar de ser su segundo largometraje, en ningún momento se ve manipulado ni mucho menos eclipsado por los histriones protagonistas. A muchos críticos les sorprendió sobremanera que se excluyera a Fassbender de las nominaciones al mencionadísimo premio en la categoría de mejor actor. Al fin y al cabo, estuvo nominado para el Globo de Oro. Sin embargo, teniendo frente a nosotros a un personaje sin redención que se sumerge hasta el fondo en los recovecos de la patología sexual, era de esperarse que incluso los últimos resabios del puritanismo estadounidense se asustaran y decidieran irse por la lágrima fácil o incluso la estrategia política. Será eso o quizás, como a Clooney, algo tan mundano como un pene les puso los pelos de punta. Qué lástima. Vergüenza debería de darles. Lo bueno es que la cinta ha cosechado varios premios en lugares donde hay gente mucho más receptiva al cine con temática para adultos: léase Venecia. Shame se estrena este viernes 16 de marzo en la Ciudad de México.

Shame: deseos culpables (Shame, 2011). Dirigida por Steve McQueen. Producida por Iain Canning y Emile Sherman. Protagonizada por Michael Fassbender y Carey Mulligan.

El avance subtitulado: http://www.youtube.com/watch?v=NAKFYzI98sI