Amélie, la fábula del destino

No creo que la siguiente película estuviera en la mencionada XXXVIII Muestra Internacional de Cine. Pero junto con las reseñas anteriores apareció ésta. Así que ni modo. Aquí va:

El director Jean-Pierre Jeunet ya le ha demostrado en más de una ocasión a los cinéfilos su habilidad para recrear universos tan deslumbrantes como fantasiosos. Ejemplos de ello son Delicatessen y La ciudad de los niños perdidos. Después de una caída de proporciones mayores con la cuarta y última entrega de la serie Alien, Jeunet retorna a territorios más familiares con Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001).
Su padre es médico. Su madre, maestra. Y, gracias a la combinación de estas profesiones, Amélie Poulain (Audrey Tautou) crece en el aislamiento. Años después de la risible muerte de su madre a las afueras de Notre-Dame, la joven deja su casa y se establece en París. Más específicamente, en Montmartre. Trabaja como mesera en un café y vive sola. La muerte de la princesa Diana le permite a nuestra protagonista encontrar una caja de recuerdos abandonada cuarenta años atrás dentro de su departamento. Se marca así el inicio de una serie de sucesos predeterminados por los que Amélie intervendrá en las vidas de otros para mejorarlas. Y, a veces, como una niña vengativa y justiciera, para empeorarlas. Se convertirá en el ángel guardián de su portera, su vecino, sus amigos del café y hasta de su padre. O también en el heroico Zorro que le dará una o dos lecciones a un tendero iracundo. Sin embargo, sus intromisiones —buenas o malas— la conducirán sin saberlo hasta otro solitario: Nino (Mathieu Kassovitz), un motociclista con la manía de recoger y pegar fotografías rotas.
A pesar de que a muchos les pudiera parecer simple y hasta ingenua la premisa planteada por el director francés, el atractivo de Amélie reside en su particular manera de contar la historia. Un narrador nos relata frenético la niñez del personaje central y luego alterna su voz con las estratagemas de este Quijote femenino de desbordante imaginación. De la misma forma imprevista que Amélie siente disolverse como el agua, así se le aparece un apuntador dictándole a lo lejos cómo ridiculizar al tendero. Las figuras de porcelana de la mesa de noche cobran vida y discuten su estado de ánimo. Igual le sucede a Nino con cuatro fotografías parlantes. Detrás de las incontables y efectivas gracejadas, reposa un discurso contra la soledad y contra la indiferencia hacia los otros. Ya depende de cada uno aceptarlo o no.
Nominada para cinco premios Óscar y en su momento favorita para ganar la categoría de mejor película en lengua extranjera, la última realización de Jeunet destaca por sus tintes fabulescos y por la reproducción de un mundo enraizado en la realidad pero floreciente gracias a la fantasía y a la estética del delirio. Destaca sobre toda la estilización el rostro afable de Audrey Tautou y su constante interacción con la cámara y, por ende, con los espectadores. Aunque al final de las siempre fraudulentas veladas del Globo de Oro y del Óscar, Amélie perdió ante Tierra de nadie, lo cierto es que sus méritos no son pocos en cuanto a manufactura y contenido. Tal vez en el aspecto de la profundidad y de la reflexión la cinta se quede algo corta. Pero no hay que olvidar que se trata, como su nombre en francés lo indica, de una fábula y, fuera de su capacidad de divertir y colmar la pupila, nada más se le exige.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=N0rnLZN5r6w